domingo, 28 de abril de 2013

Estrella traicionera.


Aún recuerdo tu mano sobre mi mano, alzadas en aquel inmenso cielo negro en busca de una estrella de la que hacer nuestra. No importaba la oscuridad ni el frió, solo nos centrábamos en encontrar esa luz que nos diera un trocito más de amor para nuestra colección. Y yo no quería encontrarla, quería que aquella búsqueda fuera eterna, simplemente para poder pasar todo el tiempo rodeada por tus brazos y en contacto con tu piel. 
Sentirte mío, para siempre.
Pero para nuestra desgracia, lo deseado nuca llegó. Encontramos nuestra estrella, sonreímos, añadimos el pedacito de más a nuestro corazón y todo se desbordó. 
Cada uno siguió su camino, sin saber que nunca más nos volveríamos a encontrar, que todo quedaría en un recuerdo. 
Pero a mí, a veces, me gusta volver a alzar las manos el cielo en busca de aquella estrella traicionera, aquella estrella que puso el tope a nuestro amor, alzar mis manos exploradoras por el simple hecho de sentirte cerca una vez más.

lunes, 15 de abril de 2013

JAMES' DIARY


Ana llevaba con nosotros 58 días. Había venido de intercambio a Bradford, nuestro pequeño pueblo natal. Tanto a mi hermano gemelo John como a mí nos agradaba la idea de que viniera de España; en cierto modo nos recordaba a la yaya Agatha; su cariño, su frescura, su espontaneidad. 
El caso es que en estos 58 días me había sentido distinto, algo había cambiado. Esta chica de 17 años había conseguido sacar algo de mi, que nunca nadie, por mucho que me conociera, podría pensar que llevo dentro.
No sé si fue su sonrisa, su manera de mirarme, los momentos en el lago contemplando el amanecer o aquella conexión que notábamos dentro de nosotros. Pero sin duda, todo había cambiado.
Y después de esos 58 días en silencio, sin hablar de lo aparente, sin lanzarme, sin poder evitar pensar en ella, en lo armonioso que era estar cerca suya, tenía que hacer algo para que no volviera a España, para que se quedara aquí, conmigo.
Era mi noche, el momento de decirle que ahora que la conocía no podía dejarla escapar, que la necesitaba para ser feliz, para ser yo.
Transcurrió la tarde como otra cualquiera de ese verano cálido, apacible.
Tumbados en un gran campo con el césped verde, frío, contemplábamos las nubes pasar mientras jugábamos a tropezar nuestros brazos por el simple placer de sentir nuestra piel en contacto. John nos miraba desesperado, no comprendía cómo al principio del verano eramos tres chicos con ganas de divertirse y conocerse y ahora eramos dos chicos con una conexión inexplicable y él, sin saber muy bien dónde meterse. Pero yo tampoco era capaz de explicarle que el simple hecho de ver su bronceado cuerpo tendido sobre aquella hierba increíblemente verde acompañado de su lacio pelo rubio y sus ojos verdes soñadores buscando una nube que la hiciera sentir tan libre como el aire, provocaba en mí una profunda y serena paz.
Tras horas al sol, hablando, riendo y siendo nosotros mismos, fuimos al comedor de nuestra cabaña a cenar. Yo sabía que antes de irnos cada uno a nuestros correspondientes dormitorios, tenía que encontrar la manera de explicarle cómo había cambiado mi vida ese verano.
Pero no todo fue tal como lo había planeado. A mitad de la cena se disculpó y salió de la habitación con su plato. Yo no podía entender lo que hacía, ya que su espontaneidad era uno de sus rasgos que más me alucinaban. Pero sin dudarlo un segundo, seguí sus pasos tal patito sigue a su madre.
Y allí estaba, sentada en el porche, con la cara risueña viendo las estrellas. Nada más notar mi presencia sonrió, y añadió "¿Sabes?, una de las cosas que más voy a echar de menos será este inmenso cielo en el que no hay sitio para una sola estrella más" acto seguido se giró a mi y tras un largo e intenso intercambio de miradas, se disculpó de nuevo y se marchó a su habitación para terminar de recoger sus cosas.
Yo me quedé ahí, atónito, sin poder dar una mísera orden a mi cerebro para cambiar de estado.
Si alguien pudiera explicarme todo aquello...
Horas más tarde, después de haber dado mil vueltas en mi cama sin conciliar el sueño, caminaba por el frío suelo de madera hacía su habitación. Desde fuera podía escuchar su respiración, lenta y relajada. Abrí lentamente la puerta para que el molesto chirriar no la hiciese despertar de su profundo sueño. Un brisa fría me hizo pensarme bien lo que estaba haciendo. Pero ya a los pies de su cama no pude evitarlo. Ahí estaba. Tumbada de la forma más encantadora que una persona pueda hacerlo, dejando reposar su cabeza de forma que, relajada y alegre, pudiera contemplar todos los hermosos rasgos que componían su cara. Sus carnosos labios entreabiertos te invitaban a soñar con el más dulce de los besos. Y yo quería hacer realidad ese sueño. Así, que con mucho cuidado, me fui acercando poco a poco a su cara, hasta que, poco después de contemplarla y acariciarla, cometiera la mayor de las locuras y le robara un beso.
Al principio, se quedó parada, intentando comprender dónde estaba y qué estaba pasando, luego, al abrir sus ojos y ver mi rostro asustado y desesperado, soltó una dulce sonrisa y atrayéndome hasta ella, me devolvió de la forma menos esperada, aquel beso que la había despertado. "Sin duda, lo que más voy a echar de menos va a ser a ti" dijo con la voz quebrada. Yo, sin apenas poder reaccionar a lo que acaba de ocurrir respondí "No necesitarás echar nada en falta si no lo dejas atrás" Y tras media sonrisa y unos ojos transmitiéndome un amor que nunca antes había sentido, pude escuchar un susurro cerca de mi oído que decía "Pensé que nunca ibas a pedírmelo"