martes, 5 de noviembre de 2013

Duérmeme.

Son las siete y un minuto. Los primeros rayos de sol hacen su aparición en aquella habitación, iluminando poco a poco sus cuerpos, tumbados, que descansan después de una larga noche.
Ella duerme plácidamente; él, la observa. No puede dormir. No quiere. Quiere observar a aquella personita que respira tranquila a su lado mientras sus brazos la rodean y la protegen del frío. Quiere retener ese momento para siempre. Su pelo, sus labios, su cuello, su pecho, su cintura... Es perfecta, y puede que nadie más a parte de él lo sepa, pero prefiere que sea así. Es su tesoro, un premio después de un largo trayecto. Algo que tiene que cuidar día a día y no quiere compartir con nadie.
¿Cómo sería la vida sin ella? No puede imaginársela. No tendría sentido sin esa sonrisa que le vuelve loco, sin cada de una de sus tonterías, sin su risa floja, sin su mirada de amor, sus besos en la frente o los abrazos sorpresa.
Han pasado ya cinco años desde que la conoció, desde que cambió su vida, y a pesar de todas y cada una de las peleas y discusiones por las que han pasado, sigue amándola como el primer día, no, mucho más.
A veces sueña que la pierde, y su corazon rebota y se despierta agitado; pero entonces la ve, a escasos centímetros de él, y su vida vuelve a tener sentido.